Todas las sociedades
tienen la necesidad de creer en un mito fundacional que les dé razón de
ser. Para los mexicas fue el momento en
que Huitzilopochtli los llamó a la
peregrinación para establecerse en el centro de lo que hoy es México. Israel
toma el nombre de su fundador: Jacob que, una noche, al trabar una lucha con
ángel y, derrotándolo, lo detiene de una pierna hasta que amanece y el Ángel lo
amenaza y le cambia el nombre por “Israel”.
Magdalena, hoy municipio
del estado de Jalisco y cuya fundación real se pierde en los anales del siglo
XVI no es la excepción. Un pueblo que
sobrevive entre la decadencia, la quiebra y la opulencia oscilando rápidamente entre una y otra;
ubicado en la confluencia de los caminos que llevan de paso a Guadalajara, su
capital y la costa norte del Pacífico mexicano. En un momento dado de su
historia, en la encrucijada de la catástrofe que casi lo extermina, Vicente
Ceseña, amalgama historias y narraciones de otros lugares para darle un mito
fundacional al pueblo pasto de la guerra revolucionaria y mermado por la
epidemia de influenza española.
Entre los cadáveres
de los apestados que se apilaban en los descansos de los cementerios surgió el desesperado intento por darle una
razón de ser a un pueblo que amenazaba con despoblarse. El tejido social se había degradado y el
juego de los nuevos estratos sociales tiraba a los viejos para ubicar a los
nuevos. El robo, el saqueo y el timo
estaban a la orden del día.
Entró en escena
Neovilt, hija del “valeroso cacique Goaxícar” (también de dudosa existencia). Allá por unas fechas lejanas y desconocidas
del siglo XVI, la “princesa” habría tenido contacto con los franciscanos de la
primera hora. Pese a toda la insistencia
paterna, Neovilt se convirtió al catolicismo y fue bautizada como “Magdalena”
(Según Tello también Goaxícar se habría bautizado falsamente). Posteriormente, en uno de los tantos alzamientos
indígenas, Neovilt-Magdalena fue asesinada por su propio pueblo al negarse a
abjurar de su fe católica y por ello, el antiguo pueblo de Xochiltepec tornó su
nombre a Magdalena.
El relato, lleno del
romanticismo propio del siglo XIX y todavía en boga a principios del XX en
México, no resiste ningún somero análisis.
Primero, el documento escrito y base de la historiografía del occidente
mexicano “La crónica miscelánea d la Sancta Provincia de Xalisco” de fray
Antonio Tello no menciona a ninguna princesa ni a los hijos de Goaxícar pero
menciona una Magdalena en Jamay. Luego
hemos de considerar que la obra de Tello
fue escrita casi 150 años después de que los hechos de la conquista habían
acaecido.
De haber existido la
tal princesa con toda seguridad hubiera sido enviada a España o la hubieran
obligado a contraer matrimonio con alguno de los conquistadores europeos tal
cual era la costumbre para afianzar la tierra por medio de la herencia. Si la tal princesa hubiera existido y hubiera
sido asesinada por causa de su fe católica se convertiría, inmediatamente en
mártir, es decir que, al unir a sus sufrimientos y muerte a los sufrimiento de
Cristo y por el grado heroico de su fe, entraba inmediatamente a la senda de la canonización y nada de eso
sucedió. Gómara, Tello, Motolinía y los
historiadores del siglo XVI daban importancia capital a los mártires, sobre
todo indígenas de cualquier rincón del Nuevo Mundo y ninguno de ellos menciona
el sacrificio de una princesa Neovilt.
Hasta entrado el
siglo XVIII las órdenes religiosas tenían por costumbre hacer sus propios
cánones y martirologios, una especie de calendario que recordaba a cada uno de
sus mártires o de los laicos que habían alcanzado fama de santidad o el
martirio en los lugares por ellos administrados. En ninguno de los cánones franciscanos,
quienes administraron la parroquia de Magdalena desde su erección en 1596,
mencionan a la princesa Neovilt, hija de Goaxícar, llamada Magdalena muerta por
odio a la fe católica.
Los pocos pueblos
que habitaban el noroccidente mexicano, entre ellos Magdalena, practicaban la
poligamía y una libertad sexual que escandalizó a los franciscanos e hizo de
las delicias de los europeos del virreinato.
Aún hoy, las costumbres sexuales de los pueblos mesoamericanos podrían
poner los pelos de punta a las puritanas conciencias de algunos ciudadanos del
siglo XXI. Por lo que, una hija de un
señor indígena (tlatoani o cacique)
no tenía mayor importancia en el linaje a excepción de que hubiera sido la
depositaria del poder y si este hubiera sido el caso de Neovilt, las crónicas
de la época la hubieran mencionado o tuviéramos datos acerca de la encarnizada
lucha librada por los europeos para desposarla baste recordar a la cacica de
Tonalá por volver a la dudosa fuente de Tello.
Por último el
vocablo “Neovilt” tan fuera de tono en las lenguas del occidente mexicano
porque no concuerda, en mis cortos conocimientos, con el nahúatl, el coca, el
teco o alguna lengua indígena de la época.
He de aceptar que habrá que indagar en los largos, minuciosos y
maravillosos diccionarios que nos legaron los eruditos del siglo XVI de esas
lenguas para ver si de entre ellos surgiera alguna raíz prehispánica de tal
nombre.
“Neovilt” pareciera
haber sido arrancado del vocablo español “neófito” que significa por lo menos,
“nuevo en algo” y se usa para designar a los nuevos creyentes en una fe y en el
catolicismo para designar a los recién bautizados pero adultos. De “Neófito” a “Neovilt” notémoslo, el camino
no es largo.
Pero no desesperemos
por encontrar ese mito fundacional sobre la sangre de los mártires. Hacía 1541 La Magdalena, Etzatlán,
Hostotipaquillo, Ahualulco, San Juanito de Escobedo y Ameca tuvieron su
simiente de sangre en cuatro franciscanos asesinados por odio a la fe, mártires
de pura cepa reconocidos por la Santa Sede como siervos de Dios y cuyos restos,
hoy en día, descansan en el presbiterio de la parroquia de Etzatlán a la espera
de que, en un arrebato de conciencia histórica, la catolicísima grey de los
actuales valles de Jalisco proponga a la Santa Sede su elevación a los altares
en la lista de los santos.
BIBLIOGRFÍA
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-LOPEZ DE GOMARA, FRANCISCO, HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MÉXICO
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-PONCE MIRANDA, GABRIEL, lA MAGDALENA QUE YO RECUERDO,, UNED-JALISCO, 1986
-DE MENDIETA, FR. GERÓNIMO, HISTORIA ECLESIÁSTICA INDIANA, CBCA, MÉXICO, 1999
-SUAREZ DE PERALTA, JUAN, NOTICIAS HISTÓRICAS SOBRE LA NUEVA ESPAÑA,
La fotograf{ia ha sido tomada del stio www.foro-mexico.com
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